La película de terror ya empezó. Unos minutos más y estoy conectado con la historia. Mi corazón late más rápido, mi presión arterial aumenta y libero dopamina, noradrenalina y endorfinas. Tengo miedo. Si ahora mismo tuviera que luchar por mi vida, estoy preparado.
La cultura en la que nací glorifica la valentía y asocia al miedo con algo negativo, con algo malo que pudiera pasar. Pero el miedo en sí es positivo, es una emoción con un propósito evolutivo: la supervivencia.
Sabido es que cuando tengo miedo todos mis sentidos se activan, me ponen en alerta. Bastante alerta. Entonces estoy más lúcido, más atento, mis reacciones son inteligentes y más rápidas.
En general tengo miedo a cometer errores. Me avergüenza demostrarlo. Este miedo puede ser mi perdición. La lamentable imagen idealizada de un líder “indica” que debo ser inteligente, firme y sin miedo, convirtiendo a este último en mi peor enemigo de forma casi inmediata. Me avergüenza tener miedo.
El miedo no es bueno ni malo, el miedo me afectará o me beneficiará en la medida en que logre controlarlo (y no al revés).
Es correcto que un miedo excesivo me paraliza. Pero un miedo controlado me mantiene activo y alerta a todos los estímulos del ambiente que me rodea. Cuando enfrento una situación que me saca de mi zona de confort siento miedo. ¿Eso quiere decir que soy un líder indeciso? No realmente.
Como líder soy cauteloso, soy valiente. Uso el miedo para estar alerta y sacar provecho de mis sentidos. Me centro en la prevención y la canalizo para tener una visión más amplia de la situación a la que me enfrento. Me vuelvo un estratega, analizo la situación y determino qué puedo hacer y qué no. Mantengo la cabeza fría para tomar mejores decisiones.
Casi sin querer, las películas de terror entrenan a mi cerebro. Controlo el miedo y lo uso a mi favor para sobrevivir fuera de mi zona de confort, donde demuestro mi capacidad de líder.