“Me cansé. Ahí la dejamos mejor“ fue el primer mensaje que leí un jueves por la mañana. Mi relación había terminado. En ese momento ni lo pensaba, pero decenas o cientos de personas alrededor del mundo estaban pasando por lo mismo.
Un rompimiento a mediados de los 20 parecía el fin del mundo, el tener que quitar esa “foto feliz” de la repisa dolía más que la fractura de costilla de unos años atrás. Mi relación había fracasado.
A este fracaso se le sumaron otros: un sueldo no alcanzado, un puesto no obtenido, una empresa que cerró antes de empezar, etc, etc, etc.
“Acumula, acumula, acumula… que para ser feliz hay que tener mucho (dinero)”, pero cuando no lo tengas escóndete, que un fracasado no es bien visto por la sociedad. La cultura mexicana ha estigmatizado el fracaso como algo malo, algo negativo, que no necesariamente es cierto, pero la realidad es que es algo incómodo.
Y es que ¿qué es el fracaso después de todo? Es esa sacudida que nos saca de la zona de confort, tira nuestra esperanza y abre la puerta a la frustración. Nos muestra vulnerables, tristes y perdidos. Nos aisla, nos avergüenza y hasta nos minimiza. Pero por encima de todo nos enseña. Por encima de TODO.
El fracaso es humano, es subjetivo, es medido con la vara que cada quien le ha puesto a sus expectativas. Fallar es necesario, pero sufrir eternamente por ello, eso sí es completamente opcional.
Tómalo con calma, pero tómalo. Tratar de olvidar el fracaso y dar vuelta a la página solo es dejar que se acumule, y que se vuelva a repetir. Cuando tropezamos con una piedra debemos voltear a verla, guardar una imagen de ella y aprender de ella. Tal vez la misma piedra aparezca de nuevo, pero esta vez ya no tropezaremos con ella. Al menos no de la misma forma.
La clave está en la habilidad para llorar, reflexionar y darle a lo que sigue. Y entender que no soy el único, esto ya le pasó y le pasará a alguien más.
¿Serías capaz de contarme cuál ha sido tu mayor fracaso?