Durante nuestros primeros años de vida, entre otras muchas cosas que vamos aprendiendo, el seguir instrucciones se vuelve básico, con mayor o menor rigidez aprendemos que si obedecemos a lo que mamá, papá (o quien esté a cargo de nuestro cuidado) nos piden estaremos mejor y seremos apreciados, con el paso del tiempo y de la experiencia incluimos en nosotros la función “obedecer”.

Más tarde ya siendo adultos nos enfrentamos a circunstancias en las que parecería que existe una exigencia a la obediencia como si no tuviéramos derechos, opinión o decisión propia; obedecer como un acto para que los otros se sientan bien y con poder, para no hacer más olas, para no tener problemas, para llevar la fiesta en paz; y en el límite, nos encontramos sin poder desobedecer como si fuéramos robots, esclavos o nos encontráramos en un estado de emergencia militar, como si de manera interna escucháramos una voz en nuestra cabeza que dijera “usted no tiene otra opción, continúe”, cuando en realidad tal vez si exista otra opción, la desobediencia.

Si en tu mano está dar una instrucción que puede lastimar o perjudicar a otro, ¿lo harías? Si no lo harías, entonces ¿por qué obedecerías una instrucción que te lastima o te perjudica? Y sin embargo, en la vida ahí vamos obedeciendo sin cuestionar tantas cosas que no nos aportan, que nos limitan, que nos lastiman.

Por supuesto que no va ir uno por la vida como rebelde sin causa, ni se entiendan estas líneas como un llamado a la sublevación irracional e ignorante, hay cosas que no son negociables como las normas o protocolos que tienen que ver con preservar y garantizar la seguridad, la salud y el respeto a los demás, ahí sí ni hablar, se cuadra uno y ya. Habría que decir que el desobedecer de manera deliberada tendría en sí la responsabilidad de asumir las consecuencias de esta decisión.

Pero, qué pasaría si deliberadamente nos declaráramos desobedientes:
*A lo que hace daño, sea un estilo de vida, personas o situaciones.

  • A lo que limita el crecimiento personal; a los cánones sociales que dictan cómo debe ser una “buena persona”, un “empleado comprometido”, “una buena esposa y madre”, etc.
  • A esos mandatos sociales que perpetúan un sistema que oprime, maltrata, estereotipa, cosifica, denigra y humilla; a esas creencias familiares y herencias que nos limitan y atan las alas o que estorban como piedras en el camino hacia nuestra felicidad o plenitud.
  • A lo que pone en riesgo tu salud física, mental y emocional; a aquello que lastima tu corazón, a lo que está en contra de tus ideales; a lo que sabes que es ética y moralmente inadmisible.

*A la violencia y al mal trato, en cualquiera de sus expresiones.
Francamente, ante la desconsideración, la falta de empatía y a la estupidez, la desobediencia deliberada podría ser un acto no sólo liberador sino revelador y revolucionario. Y tú, ¿qué tan desobediente podrías ser?

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Por Déborah Buiza

Especialista en Desarrollo Humano, con formación en la UNAM en las áreas de Ciencias de la Comunicación y Psicología, con experiencia en investigación, capacitación, psicoterapia, conducción de grupos, operación de proyectos sociales, desarrollo organizacional y clima laboral, seguimiento a programas institucionales, organización de eventos, makeup artist y mamá sin instructivo.