Cuando niño, una noche Mariano soñó con flores. Flores de todos colores y esencias que brotaban durante todas las temporadas del año, incluso las más gélidas. Algunas flores consagraban el amor, otras honraban la memoria de los muertos, y otras más, simplemente alegraban un comedor. Unas extravagantes, traídas de lejanas tierras, otras de colores inusuales y también las había tradicionales.
Mariano soñó entonces con construir un enorme invernadero. Con altísimos muros y amplia bóveda de vidrio. Ahí cultivaría las flores que soñó la noche anterior. Pronto la gente se enteraría de aquella fábrica de pétalos y correría a comprar los bellos ornamentos. Tiempo después, las flores de Mariano llegarían a otros países y se venderían por doquier. Rosas, orquídeas, claveles, girasoles, cempasúchil y margaritas a domicilio.
Mariano no estaba dormido. Sólo imaginó que un día sería “empresario”, aunque con menos de diez años no tenía bien claro cuál era esa profesión. También soñó con ser científico, inventor, médico y artista. Hoy no es nada de lo que pensó, pero hoy es un hombre exitoso porque nunca dejó de soñar y porque siempre lo hizo con lo ojos bien abiertos y la inteligencia diligente. Sin perder el foco, se lanzó a la persecución de lo que todos los días soñaba.
Así es, soñar es asunto de humanos. Dicen que se trata de la actividad mental de un cuerpo que descansa pero que al mismo tiempo se deja estimular por las emociones ocultas, los deseos reprimidos y hasta las premoniciones. Sobre los sueños se ha escrito mucho. Innumerables volúmenes se han publicado para la interpretación de los sueños. Que la muerte, que una boda próxima, que los peligros que asechan. Pero el sentido que tiene el agua, las aves, los árboles y la lluvia en nuestra mente dormida, no es tema de esta columna.
La mayoría de nosotros soñamos, casi a diario, aunque frecuentemente despertemos sin recordarlos. Por eso es mejor soñar despiertos, porque además es la forma en que damos salida a nuestros anhelos más profundos, para después, con un poco de suerte y mucho más de empeño, convertirlos en realidad. Soñar no cuesta nada, dicen, y a diferencia de lo que piensan muchos, no es cosa de tontos. Los grandes visionarios primero comenzaron con un sueño: la libertad de una patria, la fundación de una ciudad, el lanzamiento de un producto, una carrera universitaria, una relación amorosa… todo puede ser una meta alcanzable.
Sin detenerse a pensar en las probabilidades y posibilidades, porque éstas pueden ser limitadas, aferrarse a los sueños es un deporte que nos rejuvenece el alma. Así que no lamentes esas noches de insomnio, mejor aprovéchalas para echar a volar tu imaginación. Después anota tus sueños: un garabato, un dibujo, un trazo… el bosquejo de tu futuro. Puede ser el comienzo del proyecto de tu vida. Quizá sea la inspiración que estabas esperando. ¿Soñaste algún día con ser fotógrafo? ¿Ser tu propio jefe? ¿Tener una amplia casa? ¿Cambiar de auto? ¿Conseguir el título profesional? ¿Aprender inglés? ¿Escribir un libro? ¿Cultivar flores?
Nada es imposible. Basta con imaginarlo y después planearlo; esbozar un proyecto en tiempo y espacio, pensar con inteligencia las estrategias que nos llevarán a concretarlo. Si soñamos con un mejor trabajo, por ejemplo, entonces debemos enfocarnos en la capacitación, además de obligarnos a un mejor desempeño y adoptar la iniciativa constante en el ámbito laboral. Tampoco podemos arrojarnos a la ingenuidad y pensar que tocarán a nuestra puerta para contratarnos. Así que desempolva tus sueños y persíguelos con tesón; la sola satisfacción de tenerlos te acercará a la plenitud.