Ana se enamoró de la idea de usar la inteligencia artificial para mejorar su equipo. Compró la plataforma más cara, llenó su calendario de demostraciones y presumió dashboards que parecían de otro mundo. Pero cada viernes volvía al mismo punto: nadie entendía esos gráficos y las decisiones seguían siendo a ciegas.
Un día, decidió simplificar. En lugar de mostrar tablas, dibujó un semáforo de colores en una hoja: verde, amarillo y rojo para medir el riesgo de que alguien se fuera. Sin una sola palabra técnica, la conversación cambió. De pronto hablaban de personas, no de datos.
Cuando el semáforo marcó rojo en marketing, Ana llamó a Juan y le preguntó: “¿Qué te está estresando?”.
Ese gesto tan sencillo –una reunión rápida y un ajuste en sus tareas– calmó el ambiente y devolvió la confianza en la herramienta.
La clave no estaba en la tecnología, sino en contar la historia correcta. Ana convirtió un informe frío en una pregunta humana: “Esto nos alerta de que podríamos perder a alguien valioso. ¿Cómo lo evitamos juntos?”. Así, la ia dejó de ser un jefe digital y pasó a ser un compañero de equipo.
La próxima vez que tengas un dato de IA, pruébalo con un dibujo, una metáfora o un meme que todos entiendan. Verás cómo cambia la conversación y cómo tu equipo empieza a tomar decisiones con propósito.
Tip: cada viernes comparte con tu equipo una “alerta” de ia en una frase clara. El lunes pregúntales qué hicieron con esa pista. Verás que la tecnología deja de ser un reporte frío y se convierte en la chispa que enciende acciones reales.