La inversión inmobiliaria y la llegada de turistas extranjeros a nuestros barrios siempre se ha visto como señal de progreso… hasta que las casitas típicas desaparecen y los condominios se reproducen como hongos. De pronto, quienes fueron turistas se vuelven vecinos; los vemos comprando fruta en el tianguis y hasta buscando ropa “de la paca”, que irónicamente viene de su país. Este es el fenómeno de la gentrificación.
Hace un par de semanas, en CDMX, un grupo protestó contra la gentrificación con violencia y pintas que decían “fuera gringos”. Las imágenes fueron incómodas, pero el problema de fondo no es nuevo.
En Puerto Vallarta, lo vi venir hace más de 15 años, cuando inmobiliarias comenzaron a comprar casas en el Vallarta Viejo. En mi invetigación como reportera, me aseguraron que construirían 18 condominios en unas cuantas cuadras. En ese entonces, la única preocupación era el agua. Nadie habló de desplazamiento ni de rentas impagables.
Hoy, una renta que costaba $3,000 solo se encuentra en la periferia. En el centro, los precios igualan a los de zonas de lujo. Locales comerciales del malecón ya resultan inaccesibles para los negocios tradicionales.
La gentrificación es como el cambio climático: la palabra nos rondaba desde hace años, pero no hicimos caso… hasta que nos alcanzó. Y no solo eso: también desplazó a quienes por generaciones llamaron hogar al Vallarta que ahora les resulta ajeno.
