Hay tantas cosas que quiero decir de Julieta Fierro que no sé por dónde empezar.
Nunca la conocí en persona, nunca me la crucé en los pasillos de la UNAM, pero la conocía por sus entrevistas, las conferencias, sus redes sociales y, sobre todo, por su sonrisa y su alegría.
Al día de hoy no recuerdo haber escuchado a un maestro o a alguna persona hablar con tanta emoción de sus estudios o de su trabajo. Quizá he sido testigo de pláticas vehementes o críticas severas y contundentes, pero nunca de alguien con tanta alegría como lo hacía Julieta Fierro.
“Somos polvo de estrellas”, escuché alguna vez, y siempre pensé que era una frase poética y hermosa. Fue a través de Julieta que entendí que no solo era poesía, sino ciencia: cada partícula de oxígeno y cada partícula de carbono estuvieron antes en una estrella. Cuando lo escuché de ella, me voló la cabeza. Ese fue mi “ajá moment” particular.
Y no solo era científica, también era feminista. En una conferencia nos dijo: “Las mujeres no tenemos que ser perfectas, tenemos que ser felices”, y nos recordó la importancia de acercarnos a la ciencia todo lo que podamos.
Por eso, cada año, desde que mi sobrina era pequeña, la llevé sin falta a la maravillosa Noche de las Estrellas que organiza la UNAM, porque deseaba que se enamorara de las estrellas. No lo logré, pero esa es otra historia.
He leído que ella “no descubrió nada en particular”, pero ¡por Dios! Nos reveló el universo con palabras sencillas, con gracia y con tanta alegría que siempre queríamos saber más. Hasta nos explicó la serie Dark, con agujeros negros y viajes en el tiempo.
Al inicio no tenía palabras, pero creo que la única que ella merece es un gran “gracias”, desde el fondo de cada corazón que antes fue polvo de estrellas.